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5 maneras de liberarte de la culpa en la crianza neurodivergente
La crianza neurodivergente no tiene un manual único: trae dudas, culpas y aprendizajes constantes. Pero también abre el camino a una forma de maternar más auténtica, respetuosa y consciente.
Ser mamá que hace las cosas distinto es un camino lleno de culpa; y la crianza neurodivergente sin un modelo a seguir tiene más de eso aún.
“¿Cómo dejas que te responda así?”, “¿y no lo vas a castigar?”, “yo jamás habría dejado que mis hijos…”, “tienes que ser más firme”, “lo que pasa es que les faltan límites”.
Ya perdí la cuenta de cuántas veces me han dicho alguna de estas frases. Y aunque en contadas excepciones sé que vienen con buena intención, no dejan de darme rabia por lo que producen en mí.
Logran que dude de lo que estoy haciendo. Aun cuando soy yo la que mejor conoce a mis hijos, la que va a las terapias, la que se reúne con psicólogos, psiquiatras, profesores, basta con uno de estos comentarios para que me baje un pánico del que es bien difícil deshacerse.
¿Qué pasa si realmente lo estoy haciendo mal?
¿Qué pasa si por mi culpa se transforman en pésimas personas?
¿Me habría ahorrado esto si hubiera sido un poco más “estricta”?
A veces no hace falta que nadie lo diga. Es una mirada, una pausa, un “yo no haría eso”.
Y de pronto, ahí está: esa sensación en el pecho, ese nudo en la garganta que llega sin permiso.
La culpa.
Esa que aparece cuando decidimos hacer las cosas distinto. Cuando elegimos no obligar a nuestro hijo a abrazar o a obedecer a ojos cerrados. Este es el camino difícil, el largo, el que hace que a veces queramos renunciar… o tomarnos unas largas vacaciones de nuestra vida.
Sobre todo cuando ese camino tiene que ver con la crianza neurodivergente.
Porque no solo estás criando con consciencia, estás reinventando la forma de criar, desde un lugar donde las reglas convencionales no aplican, y donde las expectativas sociales muchas veces te miran con desconfianza.
La culpa invisible que cargamos las madres
Ser madre, en muchos lugares del mundo, aún se asocia con sacrificio, obediencia y perfección. Aun si nadie lo dice con esas palabras, hay una expectativa flotante: que sepamos qué hacer, cómo hacerlo y cuándo callarnos. No importa si es crianza neurodivergente o tradicional, la expectativas siguen siendo brutales.
Ser mamá es un camino lleno de desafíos para los que no estabas preparada y cuando decidimos criar desafiando las costumbre existentes —porque nuestra experiencia lo es, porque nuestro hijo lo necesita, porque nuestro sistema ya no aguanta— aparecen voces internas (y externas) que nos susurran: “Eso no está bien”.
La culpa no es solo un sentimiento. Es un reflejo de una estructura cultural que nos enseña que maternar tiene una forma «correcta», universal… y que cualquier desviación es egoísmo, negligencia o locura.
Y tú sabes que no es así. Pero igual duele.
Igual te hace dudar.
No quiero repetir lo que me dolió

La decisión de criar distinto no la tomé el día que mis hijos nacieron. Fue mucho antes, aunque en ese momento no tenía un plan. Solo sabía que no quería hacerlo igual.
Crecí sin saber poner límites saludables. Me metí en situaciones complicadas (que mi familia nunca supo) por no saber decir que no. Confié demasiado. Esperé que alguien viniera a salvarme, porque creía que eso le tocaba a las mujeres: ser cuidadas, protegidas, mantenidas. Que yo debía cuidar al hombre para que no se fuera. Y el mío… debió haberse ido mucho antes.
Fue recién cuando estaba esperando a mi tercer hijo que empecé a ver con claridad algo que nunca me habían enseñado y que yo no terminaba de creer del todo: yo también tenía derecho a poner límites, a decir cuando algo no me gustaba o me hacía sentir incómoda.
Incluso tenía el derecho de preguntarme si algo o alguien ME gustaba, en lugar de desvivirme porque a alguien le gustara yo.
Poner límites puede remecer todos tus cimientos
Y fue justo ahí —en medio de ese embarazo, de ese pequeño cambio de eje interno— cuando mi matrimonio empezó a desmoronarse.
No fue un despertar bonito ni rápido. Fue confuso, doloroso, contradictorio. Pero necesario.
Fue en ese proceso en el que decidí regalarle a mis hijos algo que para mí es esencial, pero que tuve que aprender a través de mis errores: que sepan que nunca deben quedarse en un lugar o con una persona que no los hace sentir seguros o cómodos, ni mucho menos obedecerle a ciegas.
No quiero que mis hijos crezcan creyendo que tienen que callarse para ser queridos. Que decir “no” es un acto egoísta. Ni que cuidar a otros es más importante que cuidarse a sí mismos.
Porque significa ir contra muchas de las cosas que me enseñaron como verdades.
Y ahí es donde aparece la culpa.
Porque cambiar, aunque sea para mejor, también te rompe un poco por dentro.
¿De dónde viene esa culpa?
Esa culpa que sentimos muchas madres —especialmente cuando hablamos de crianza neurodivergente— no surge de la nada. Tiene raíces profundas, culturales, personales y hasta generacionales.
En lo cultural, porque vivimos en sociedades que todavía asocian la “buena madre” con un ideal imposible: paciente en todo momento y sin necesidades propias más allá de las que involucran a sus hijos y su familia. Y si nos salimos de ese molde, aparece la sensación de estar rompiendo las reglas invisibles.
En lo personal, porque cargamos con nuestra propia historia. Con lo que vimos en casa, con lo que aprendimos en silencio, con las heridas que nunca fueron nombradas. Muchas veces, al criar, esas memorias se activan y nos hacen dudar de si estamos haciendo lo correcto, si estamos “repitiendo lo que nos hicieron a nosotras” o si vamos a generar heridas distintas (peores de las que nos toco a nosotras).
Y en lo generacional, porque traemos las voces de nuestras madres y abuelas, que criaron en contextos donde se obedecía sin preguntar, donde el sacrificio era visto como virtud, donde el “aguantar” era la única opción. Aunque queramos criar distinto, esas huellas todavía nos atraviesan.
La culpa no es solo un sentimiento individual: es el eco de todo un sistema que nos dice cómo deberíamos ser, incluso cuando sabemos que nuestros hijos —sobre todo los neurodivergentes— necesitan algo diferente.
Reconocer su origen no la elimina, pero sí nos ayuda a entender por qué aparece tan fácil, tan seguido, tan fuerte.
De lo que vimos, no de lo que queremos

Muchas veces, criamos con una idea clara de lo que no queremos repetir. Pero eso no significa que tengamos a mano un modelo distinto que nos muestre el camino. Crecimos viendo formas de maternar basadas en el control, la obediencia, el castigo y el sacrificio.
Cuando nos salimos de ese libreto, no es raro que nos sintamos perdidas.
Y cuando aparece esa sensación de estar “inventando sobre la marcha”, la culpa se cuela fácil:
“¿Y si estoy haciendo todo mal?”
De lo que nos dijeron que “debería ser”
Desde muy chicas se nos enseña, directa o indirectamente, qué se espera de nosotras como mujeres y como madres. Que seamos pacientes, suaves, firmes pero no autoritarias, presentes pero no absorbentes, empáticas pero no permisivas. Una serie de mandatos que son, en el fondo, imposibles de cumplir todos al mismo tiempo.
Y lo peor de todo, es cuando tus hijos simplemente no tienen la reacción esperada ante los límites o instrucciones que les damos. Cuando sus cerebros están enfocados en mil cosas a la vez y no son capaces de filtrar lo que es importante y lo que no (yo creo que porque lo que para ellos es sustancial y lo que la sociedad define como prioritario generalmente no calza), entonces empiezan las comparaciones que no ayudan en nada.
Y es específicamente esto lo que caracteriza a la crianza neurodivergente: acompañar a niños que con calzan en los moldes establecidos, mucho menos en los que a educación se refieren
De lo que nos susurra el entorno (aunque no lo digan)
A veces no hace falta que alguien nos critique abiertamente. Basta una mirada, un comentario pasivo, una comparación. O ver a otras madres haciendo cosas que nosotras no podemos —o no queremos— hacer.
Por más segura que estés de tus elecciones, hay momentos en los que esa comparación te perfora un poco por dentro.
“¿Y si tienen razón? ¿si la que está fallando soy yo?”
Porque aquí el gran problema es que no sabremos si estábamos en lo correcto hasta que podamos ver por nosotras mismas el tipo de personas en las que se han convertido. Solo queda confiar en nuestra intuición y en que somos las mejor preparadas para saber lo que nuestros hijos necesitan.
La culpa como síntoma de que te importa (pero no tiene que gobernarte)
Sentir culpa no significa que lo estás haciendo mal. Muchas veces, es todo lo contrario: significa que te importa. Que te estás cuestionando, que estás intentando hacerlo mejor, que estás conectada con tu hijo y con lo que necesita.
Pero cuando la culpa se instala de forma permanente, deja de ser una señal. Se transforma en una jaula. Una voz constante que te dice que nada es suficiente, que quizás estás arruinando todo sin saberlo. Y vivir con esa voz, día tras día, agota más que cualquier berrinche, que cualquier noche sin dormir.
No se habla suficiente de esto: las buenas madres también se sienten culpables. Especialmente cuando están intentando hacer las cosas con conciencia, con conexión, con respeto. Especialmente cuando están rompiendo patrones que se sienten cómodos… para otros, pero no para ellas.
La culpa es una señal de que cruzaste una línea que otra persona dibujó por ti.
La culpa no define tu maternidad
Lo que más necesitan nuestros hijos no es una madre perfecta.
Necesitan una madre que esté presente. Que los escuche. Que los mire con amor incluso cuando está rota. Que se repare a sí misma mientras los acompaña. Que tenga el coraje de cambiar, aun cuando eso la haga dudar de todo lo que pensaba que era correcto.
La culpa puede aparecer, claro que sí. Pero no tiene que quedarse.
Puedes mirarla, reconocerla, incluso agradecerle por alertarte… y luego dejarla ir.
Porque la criana neurodivergente no debería doler tanto.
Y tu no tienes por qué cargar con todo ese peso para demostrar que lo estás haciendo bien.
5 maneras de liberarte de la culpa materna en la crianza neurodivergente
La culpa no desaparece de un día para otro, pero hay formas concretas de empezar a soltarla. Aquí comparto algunas que me han servido y que también puedes probar en tu propio camino:
1. Nómbrala sin miedo
La culpa se fortalece en silencio. Atrévete a decir: “Me siento culpable porque…”. Completa la frase sin filtros. Reconocerla la vuelve menos poderosa.
Una práctica que ayuda mucho a disminuir la carga mental es escribir estas reflexiones para poder liberar espacio y sentirse menos abrumada, lo que consigue que seamos capaces de ver las cosas con más objetividad (además de recordar por qué tomamos cada una de nuestras decisiones en primer lugar).
2. Pregúntate de quién es esa voz
Muchas exigencias no son tuyas, sino aprendidas. Pregúntate: “¿De quién es esta expectativa? ¿Realmente creo en ella o la heredé?”
Decidiste hacer las cosas distinto por una razón y probablemente esa voz dentro de ti (la loca de la azotea como me gusta decirle) esta aterrada porque no tiene una guía y le encantaría devolverte a un camino que para ella es conocido. No la escuches, ella es la voz del trauma y de las heridas que nunca terminaron de sanar.
3. Recuerda que tu hijo no necesita perfección
Lo que necesita es tu presencia, tu mirada y tu capacidad de reparar cuando te equivocas. Eso vale más que cumplir con un ideal imposible.
La antigua escuela recomienda no motrar debilidad jamás (porque la van a usar en tu contra), pero lo que se les olvida es que aquí no existe un ellos contra nosotros. En mi opinión, la idea de tener hijos y criarlos es mostrarles el camino, acompañarlos y aconsejarlos.
Este no es un camino recto y lleno de arcoiris y mariposas. Todo lo contrario, se parece más a una montaña rusa en la que no puedes ver lo que viene; solo puedes rogar que la posición que tomaste sea la correcta para tomar la curva sin hacerte (o hacerles) daño.
4. Busca tus espacios de autocuidado
Respirar, descansar, llorar, estar sola un rato, no responder todo el día… No es egoísmo: es una parte esencial de la crianza neurodivergente porque no puedes guiar y acompañar sin estar bien tu.
De echo, no puedes enseñarles a cuidarse si primero no lo haces tu.
👉 La OMS ha destacado que la salud mental materna impacta directamente en el desarrollo infantil.
A riesgo de sobrecargar con links, quiero compartirte una entrada que creo que te puede ser útil si te cuesta el autocuidad (porque nadie nos enseñó lo importante que era). Puedes encontrarla aqui.
5. Celebra los logros pequeños
Aunque a veces son difíciles de identificar, los pequeños logros te marcan el camino. En la crianza neurodivergente, un avance puede ser una sonrisa en medio de una crisis, un abrazo inesperado, una palabra nueva. Reconócelos y celébralos: eso también te libera de la culpa.
Si tus hijos son más grandes, habla mucho con ellos y explícales por qué decidiste hacer las cosas distinto; esto puede hacer una gran diferencia al futuro.
Elegir tu paz también es maternar
Liberarse de la culpa no es un acto heroico.
Es un proceso lento, contradictorio, a veces silencioso y un tremendo acto de autocuidado.
Pero cada vez que eliges tu paz por sobre el juicio ajeno, cada vez que te perdonas por no ser perfecta, cada vez que dices “esto lo hago así porque a mi hijo le sirve” aunque no lo entiendan… ya estás empezando.
Cerrar los ojos un momento (y saber que no estás sola)

Criar sin molde duele. No por el acto en sí, sino por todo lo que hay que romper alrededor para hacerlo posible.
Adueñarte de tus decisiones, cuestionar lo que siempre se hizo “así porque sí”, poner límites donde antes callabas, escuchar a tu hijo por encima del ruido social, pedir ayuda, decir “hasta aquí llego yo”… todo eso cansa. Todo eso, muchas veces, te deja sola.
Pero si llegaste hasta acá, leyendo esto, es porque estás intentando. No importa si hoy te salió mal. No importa si te gritaste cosas feas a ti misma esta mañana. No importa si tu hijo se desreguló y tu también. Aquí te dejo estrategias para conectar con tu hijo neurodivergente más allá de si hoy no pudiste ser tu mejor versión.
Porque estás intentando criar con conciencia, con presencia, con respeto.
Estás intentando criar sin negarte.
Y eso, aunque el mundo no lo aplauda, ya es un acto de amor inmenso.
No necesitas hacerlo perfecto.
No estás sola en esto.
Y si hoy, por un momento, puedes cerrar los ojos, soltar un poco la exigencia y respirar… ya estás haciendo más de lo que parece.